Excepto cuando digo que me envíes 1 millón de euros, entonces ¡sí que lo digo en serio!
El dinero da la felicidad, y quien diga lo contrario es tonto del culo.
Gran frase para enmarcarla y para obligar a los niños a aprendérsela de memoria, o de lo contrario recibirán latigazos de castigo.
Que ya lo dijo Orwell…
Puesto que los bancos crean las divisas fiduciarias mediante un simple apunte contable, lo más justo en este mundo es que el resto de humanos podamos obtener dichas divisas fiduciarias con el menor esfuerzo posible.
Por supuesto, lo tradicional es intercambiar un producto o servicio por dinero, y, en esta época de internet, por fin, eso se ha convertido en una labor en la que se puede emplear el menor esfuerzo posible. Genial.
Y pese a que la plebe esclavizada recibimos ese dinero falso de los bancos centrales, los más inteligentes sabemos cómo pasarlos a oro, el único dinero por los siglos de los siglos.
Así que, vayamos al grano, ¿ya tienes listo el millón de euros libre de impuestos para regalármelo? Aunque, en realidad, no es un regalo, esta información bien se lo vale. Que lo sepas que lo sé.
Pues tenía unos cuantos discos de vinilo guardados desde hace años, pero no tenía aparato con el que escucharlos.
Ya no.
Esta mañana me he ido a una gran tienda impersonal de electrónica, y otros medios de entretenimiento masivo, y me lo he comprado.
A cambio de un fajo de efectivo fiduciario.
Aprovechando que es temporada de rebajas, también.
Y mi nivel de felicidad ha aumentado unos buenos grados.
Genial.
Lo único es que algunos de mis vinilos habían pasado estos años de forma horizontal bajo el peso de unas cajas y estaban abollados.
¡Vaya!
Menos mal que mi cole de discos originales, edición española de los años ’60 del siglo pasado, de The Beatles, que compré hace 25 años – año más año menos-, los había guardado correctamente, en posición vertical.
Buf, me hubiera dado un patatús si les hubiera pasado algo.
Y hoy, tras un montón de años, los he podido escuchar de nuevo.
El dinero hace girar al mundo, y a los viejos discos de vinilo.
No puedo negar que me encanta que a mis hijos les encanten.
Lo cierto es no sé cocinar gran cosa.
Y no aprendí a cocinar hasta nuestra crisis familiar de finales de 2014, cuando Olga se pasó unos meses ingresada en el hospital y luego en recuperación.
Así que Olga me explicaba las recetas y yo, sin ninguna experiencia previa en mis 41 años de entonces, aprendí a cocinar.
Era eso, o mis hijos y yo íbamos a pasar hambre.
No hay mejor aprendizaje que el que proviene de la necesidad.
Y resultó que a todos les gustaron mis patatas fritas.
No es que sean muy difíciles: cortar patatas, ponerlas a freir en aceite de oliva y un poco de sal.
Así que, como mínimo una vez al mes me pongo manos a la obra, como hoy.
Y, como dije al principio, me encanta que les encanten.
De estas pequeñas cosas es de las que está lleno nuestro baúl de los recuerdos gratos.