
Este año he vuelto con mis hijos a la heladería de los cucuruchos gigantes en Barcelona. Solemos ir una vez al año y coincide con los años que puedo permitírmelo.
Así que este año me han ido bien las cosas. Nunca estoy seguro de que al año siguiente pueda repetirlo.
Lo más divertido son la miradas de la gente que nos cruzamos, casi todos turistas, mientras saboreamos las bolas de helado caminando.
¡Y cómo de pringosa que ha quedado mi mano!
Que ha estado muy bueno y ha sido nuestra comida – almuerzo – de hoy. Es un pequeño lujo que aprecio muchísimo, esas pequeñas cosas que tiene esta vida.
Pues veamos qué pasa este año.