
La ha palmado George H. W. Bush a los 94 años.
David Rockefeller la palmó a los 101, tras siete, cuéntalos, siete, transplantes de corazón.
No es una opinión, es un hecho: el crímen sí paga. Y fabulosamente bien.
Y no me refiero a los chorizos patéticos que se esfuerzan por cuatro lentejas. Me refiero a esta gentuza que causa la muerte de centenares de miles de individuos en su provecho.
Los llaman sionistas, los llaman satanistas. Pues bien, las evidencias son las evidencias: les funciona.
Y, además, lo de este George H. W. Bush ya le venía de familia, su padre, Prescott Bush, fue pillado enviando dinero a los nazis desde su banca privada en ¡plena Segunda Guerra Mundial! Vamos, qué lindeza.
Así que el hijo no se quedó atrás, participó en la conspiración que mató a JFK, fue jefe de la CIA, luego vicepresidente de los EEUU, luego presidente y, para más honra, colocó al inútil de su hijo, otro George, también como presidente. Fantástico.
Por supuesto, su muerte será alabada con honores, como un héroe que fue de la sociedad humana.
Dejémonos de tonterías, los hechos son los hechos. Este mundo, y esta sociedad humana, tienen lo que se merecen.
¿Sociedad humana? ¡Puaj!