Pero antes de aquel invierno hubo un septiembre, un inicio de curso de aquel primero de E.G.B., marcado por un incidente, también impensable hoy en día que, por ello, lo diferencia totalmente de la actualidad en la que escribo.
Eran otros tiempos, y los viejos maestros procedentes de la dictadura pasados a la dictablanda todavía actuaban como los dioses de la clase. Y es que hoy en día hubieran enviado al viejo profesor a prisión por lo que pasó.
Mis recuerdos son vagos en los detalles, al haber pasado tan largo tiempo desde que ocurrió, pero a grandes rasgos, ocurrió así:
Estábamos los cuarenta alumnos en clase por la mañana y el viejo profesor nos ordenó que por la tarde trajésemos uno de los libros escolares, creo que el de la materia de naturaleza. Por aquel entonces llevábamos las carteras llenas de libros y libretas, y en cada viaje transportábamos los libros y libretas de las materias que tocaban en cada momento. Por la mañana, los libros y libretas para las clases de la mañana. Por la tarde, después de comer, los libros y libretas para las clases de la tarde.
Pues resulta que otros compañeros y yo nos olvidamos el dichoso libro que el viejo enseñante nos había mandado llevar, y el dichoso hombre nos expulsó de clase hasta que volviéramos con el dichosísimo libro. Como se lee, de repente, unos cuantos niños de seis años estábamos fuera de clase en horario escolar para ir cada uno a nuestra casa en busca del libro pertinente.
Si no recuerdo mal, por suerte, la madre de una compañera me acompañó a mi casa a recoger el libro, y volvimos luego a clase. La verdad, no recuerdo la actitud de mi madre al volver de clase a esas horas intempestivas, pero supongo que su cara de sorpresa fue mayúscula.
Está claro que en esos tiempos los niños eran meros ceros a la izquierda y nadie se preocupaba de sus reacciones. No sé si eso es malo o es bueno, era la forma de actuar de otra época que ahora parece lejanísima. En esta época en la que narro estos acontecimientos, pasada mi mediana edad, ningún profesor de primaria se atrevería a tener la actitud, mejor dicho, los huevos, de lanzar a niños de seis años a la calle para volver a sus casas a buscar un libro. Vamos, que este profesor hoy en día sería expulsado de su trabajo, y recibiría unas cuantas implacables demandas por parte de los padres de los niños.
Sin embargo, así ocurrió entonces y así lo cuento ahora. Ningún niño tuvo problemas, los padres lo aceptaron como una lección para sus hijos, y todo pasó como una mera anécdota sin la más mínima importancia, porque nunca más oí nada sobre ella, y sólo la puedo describir desde un recuerdo borroso que quedó en mi memoria.
Vaya que sí eran otros tiempos, aquel 1979.