Hubo un tiempo en que temía el «efecto Van Gogh«, es decir, crear una obra pero que nadie se enterase de ella mientras viviera.
Pero llegó internet, y aunque tardé seis años o así en conectarme, desde el primer momento me di cuenta de que era un sistema de comunicación excelente para los individuos que se aíslan fácilmente como yo.
En este momento, ya puedo constatar que superé mis más salvajes sueños de mi adolescencia y niñez, que no eran tampoco muy exagerados…
En lo personal, una mujer me atrapó – literalmente – y tuvimos dos hijos preciosos y sanos.
En lo creativo, mis vídeos han sido vistos más de siete millones de veces y miles de lectores han leído mis escritos y libros y, encima, he ganado algo de dinero con ello.
Por lo tanto, cada día que abro los ojos y veo que es una nueva mañana, es para mí un bonus.
Sin embargo, de vez en cuando caigo en el desánimo porque noto que mi potencial es ilimitado pero, de alguna forma, no logro desarrollarlo como podría.
Es como la historia de aquel hombre que compró un terreno con el propósito de descubrir una beta de oro. Cavó y cavó durante años, pero al final se cansó y acabó por vender el terreno. Y, entonces, el nuevo propietario descubrió la beta de oro en tan solo una semana, porque estaba a pocos centímetros de donde el primer hombre había dejado de cavar.
Sí, muchas veces tengo ganas de rendirme, al fin y al cabo, alcancé mis metas básicas, pero siempre me retrae pensar que mi beta de oro podría estar a pocos centímetros.
Dejarlo ahora sería menospreciar mis esfuerzos acumulados de tantos y tantos años. Tantos fracasos y tantos sinsabores.
No sé; hasta aquí he llegado, y es mucho, pero ¿hasta dónde llegaré?
Ni idea.
Esa curiosidad es la que me impulsa a disfrutar de estas épocas de desánimo para continuar después.