Ya describí en otro escrito cómo es el mercado del barrio de Fondo en Santa Coloma de Gramenet.
Pues mi suegra vive cerca de ese mercado.
Llevo mucho tiempo preguntando a Olga por qué mis suegros no se cambian de barrio.
Pues hoy lo van a amar mucho más porque a mi suegra le han robado el bolso justo ahí.
Se lo han robado cuando compraba.
Con su móvil, documentación, etc, etc.
Todavía no sé mucho de los detalles.
Olga se ha ido a ayudar a su madre y ya me contará cuando vuelva.
Yo estoy en este momento de viaje a Barcelona con los niños, y estoy escribiendo en el tren – mañana contaré dónde vamos.
Mi suegra, tras todos estos años no habla ni pum de ni castellano ni catalán.
Para ella el ruso es el único idioma del mundo mundial.
Así que Olga está que trina por tener que tragarse el marrón.
Como mínimo, esta vez la policía nacional española no detendrá a mi suegra, ni la intentarán expulsar como ocurrió la última vez que le robaron el móvil.
Por dos motivos:
- Ya no hay policía nacional española.
-
Hace años que ya tiene los papeles en regla.
Ocurrió allá en 2004 y es una historia que creo que no he contado todavía.
Resulta que a mi suegra y a mi suegro les robaron el móvil cuando vivíamos en la calle Valencia de Barcelona.
Les dije que, como mínino, debían denunciar el robo.
Era un tiempo en el que yo era bastante ingenuo, sí, lo admito.
Así que, se presentaron en la comisaría de Hostafrancs y… ¡la policía les detuvo a ellos por no tener papeles!
Y los enviaron a un centro de detención para extranjeros al otro lado de Barcelona.
Imaginad mi sobresalto.
¡Por mi culpa iban a expulsar a mis entonces futuros suegros!
Por suerte, mi suegra conocía a una mujer rusa rica y con contactos.
Era la nieta de un antiguo ministro de exteriores de la antigua URSS.
Esta mujer se presentó con un abogado famoso barcelonés – nunca supe quién fue – ante la policía y lograron que soltaran a mis suegros.
¡Buf!
Ese día aprecié el valor de los contactos y el enchufismo como nunca antes.
Ahora el momento es diferente, pero la situación sigue fastidiando por culpa de la burrocracia.
Al menos, a parte del robo del móvil y la documentación, no tenía tarjetas de crédito.
Ha sido el susto y la mala experiencia.
Y la vida continúa.
Al publicar esta historia estoy escribiendo en un vagón del metro de la línea 3, pasando por la estación de Passeig de Gràcia.