La tomadura de pelo de cada tres meses

¡Toma selfie con morros!

O lo que siempre se ha llamado autorretrato… con morros.

Entrando en materia, cada dos o tres e incluso cuatro meses me toca transigir ante Olga.

Es mi Dalila.

Mis pelos crecen a un nivel insostenible para su gusto.

Mis puntas están como electrizadas y cada una va por su cuenta.

Imposibles de peinar.

No vale ni intentarlo.

Siempre ha sido así, tengo unos pelos fuertes e individualistas.

Qué sorpresa, ¿eh?

Así que tengo que permitir que la peluquera que ella elija me corte mis pelos de fuerza.

Que me corte mi conexión invisible con las emisiones de la naturaleza.

Bueno, eso dicen los gurús de lo fantástico.

Retomando el hilo, esta mañana me ha tocado mi corte de pelo trimestral o así.

A las órdenes de Olga.

Sin embargo, retomo las riendas y doy mis exigencias.

Sin flequillo.

Sin patillas.

Sin brillantina ni productos tóxicos.

Sin peinados de moda reconocibles.

Lo más natural posible.

Y ahora que es verano, muy muy corto.

Durante los veinte minutos del proceso estoy lo más callado posible.

Porque para mí, lo más importante de una cabeza no es su peinado sino su cerebro.

Pero claro, no voy a decirle eso a la profesional del corte.

Está claro que no me gusta, ni nunca me ha gustado, que me corten el cabello.

Son los minutos más absurdos que tengo que aguantar en esta vida.

Vale, los de este día ya han pasado.

Hasta dentro de unos meses.

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