Otro día más en L’H.
En la imagen, tejados vistos desde la terraza del piso en el que crecí.
Al fondo, a la derecha, se puede ver Montjuïc y la zona del Estadi Olímpic, el de las olimpiadas de 1992.
Quizás mucha gente no lo sepa, pero L’H – L’Hospitalet de Llobregat – es la segunda ciudad en población de toda Cataluña,tras Barcelona.
Y justo en la dirección de la imagen, está Barcelona, porque L’H tiene frontera directa con Barcelona.
Crecí entre el barrio de La Florida y el de Collblanch (con ‘h’ muda, que hace años desapareció de la nomenclatura oficial), excepto un año y medio que vivimos en el barrio de Bellvitge, allá en los salvajes inicios de la década de los ochenta del siglo pasado.
Ciertamente todo ha cambiado mucho desde que Olga y yo decidimos irnos a vivir juntos en el 2004.
Muchos lugares de mi niñez ya no existen.
Incluso el colegio al que fui le readaptaron la fachada y no se parece en nada a cuando yo estudiaba allí.
En aquella época, los rostros eran de andaluces y extremeños.
Hoy en día, los rostros son de dominicanos, pakistanís, marroquís y chinos.
No digo nada al respecto, es el signo de los tiempos.
Sólo que, si mi madre no viviera aún allí, pues no habría nada que me hiciera volver.
Ni la nostalgia.
Porque yo crecí de casa al colegio y del colegio a casa, así que camino por el lugar como un desconocido más.
Pero está bien, todas las vidas tienen sus circunstancias.
Y, la verdad, no puedo quejarme de las mías.
Más ahora, cuando ya he cumplido una gran parte de mis deseos de juventud.
Ahora vamos para bingo.