No puedo negar que me encanta que a mis hijos les encanten.
Lo cierto es no sé cocinar gran cosa.
Y no aprendí a cocinar hasta nuestra crisis familiar de finales de 2014, cuando Olga se pasó unos meses ingresada en el hospital y luego en recuperación.
Así que Olga me explicaba las recetas y yo, sin ninguna experiencia previa en mis 41 años de entonces, aprendí a cocinar.
Era eso, o mis hijos y yo íbamos a pasar hambre.
No hay mejor aprendizaje que el que proviene de la necesidad.
Y resultó que a todos les gustaron mis patatas fritas.
No es que sean muy difíciles: cortar patatas, ponerlas a freir en aceite de oliva y un poco de sal.
Así que, como mínimo una vez al mes me pongo manos a la obra, como hoy.
Y, como dije al principio, me encanta que les encanten.
De estas pequeñas cosas es de las que está lleno nuestro baúl de los recuerdos gratos.