Como casi cada sábado, me toca ir de compras.
Me acompaña uno de mis hijos, porque hemos llegado a un acuerdo de que cada semana me acompañe uno alternativamente; llegó un punto en el que ir con los dos se convirtió en imposible: «¡Yo llevo el carro!» «¡No, yo¡» «¡Yoooo!«.
Y elijo la cadena de supermercados más grande e impersonal.
La clave está en impersonal, porque como se le ocurriera a algún empleado pteguntarme «¿Puedo ayudarle en algo?«, no volvería jamás de los jamases.
¡Qué genial vivir en una época prácticamente robotizada!
Es perfecta para los asociales como yo.
Nota: Cuando hago vídeos sobre los robots que substituyen a humanos, lo hago para que la gente se prepare para esta nueva realidad sí o sí, nada más.
Porque me gusta la tranquilidad de bucear entre las opciones en las estanterías llenas de productos – es genial no vivir en una economía bolivarianizada – sin que me vayan observando humanos.
Por supuesto, las cámaras también nos observan, pero no es lo mismo.
Supongo que tiene que ver con ese sentido que tenemos los humanos de levantar la vista mientras caminamos por la calle y darnos cuenta de que alguien nos mira nueve pisos más arriba.
El caso es que este gran supermercado no es la empresa más grande de supermercados por casualidad.
Cuando hace poco más un año o así lo abrieron a 10 bloques de donde vivo, el resto de comercios se pusieron a temblar.
Cada cual se merece su lugar según su inteligencia, estrategia y esfuerzo.
Y siempre llevo apuntado lo que quiero comprar en una app de notas en el móvil.
No es que quiera consumir por consumir.
Compro lo que necesitamos, y algún pequeño capricho fuera de la lista que suele elegir mi hijo – el que venga en cada momento.
Y, últimamente, ya no compro el producto más barato sino el que justo quiero.
Esto tiene que ver con el entrenamiento de mi mente rica: no ahorrar, sino conseguir el dinero necesario para lo que uno quiere.
Y, tras llenar nuestro carro (carrito de la compra porque no tengo vehículo a motor – para los lectores de América), pues damos el paseo de vuelta a casa, esta vez buscando la fresquita sombra porque ya estamos bajo temperaturas veraniegas.
Y si no hay variación, en una semana volvemos al mismo ritual.