Conversar con un colectivista indoctrinado es imposible, así que para no discutir no queda más remedio que hacerle creer que es más listo y que lleva razón.
El problema es que el colectivismo SIEMPRE conduce a la destrucción de la esencia del ser humano.
Las diferencias entre los que siguen la dictadura del colectivismo y los que creemos en la libertad del individuo son claras.
Mientras los colectivistas están convencidos de que nadie más que ellos tienen derecho a tener razón, los, llamémonos, individualistas sabemos que cada persona tiene que encontrar su propia solución.
Porque cuando dos personas piensan igual, es que una de ellas está oprimiendo a la otra.
En un sistema colectivista una minoría iluminada dirige a una mayoría considerada imbécil. Por tanto, esa minoría se encarga de obligar por todos los medios necesarios a la mayoría a obedecer sus doctrinas incuestionables. Los colectivistas aplican implacablemente un ojo centralista que todo lo ve y todo lo controla.
En un sistema que prima el individuo, cada cual comprende que los demás son diferentes y van a enriquecer al conjunto de la sociedad con sus soluciones que posiblemente nos sorprendan. Porque cien ojos ven más que dos. Es la responsabilidad de cada individuo hacia sí mismo y hacia el resto de la Humanidad la que que crea la estabilidad social.
En el colectivismo prima el «haz lo que yo digo, no lo que yo hago«.
En el individualismo prima el «no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti«.
En el colectivismo te obligan a ser colectivista.
En el individualismo tienes la opción de ser tú mismo.
Un colectivista nunca permitirá que alguien no sea colectivista, porque no aceptar su verdad es un pecado mortal.
Un individualista comprenderá que es esencial equivocarse para aprender de nuestros errores.
Un colectivista afirma vehementemente que tiene todas las soluciones a todos los problemas habidos y por haber. En cambio, un individualista sabe que hay que analizar cada problema y buscarle su propia solución, que no suele ser fácil.
En definitiva, que un colectivista es incapaz de dar su brazo a torcer mientras que un individualista sabe que en una negociación tienen que ceder las dos partes.
Por ello, una conversación entre un colectivista y un individualista se convierte muy fácilmente en un partido de tenis sin ningún punto en común, porque el colectivista nunca cederá su posición. Así pues, no le queda más remedio al individualista hacer creer al colectivista que lleva razón, y que con su pan se lo meriende.
Eso no significa que el individualista no se defienda ferozmente cuando el colectivista se convierte en una amenaza real.
Porque está claro que el colectivismo SIEMPRE acaba siendo una amenaza real. En la actualidad, a esa amenaza la llamamos «estatismo«.