Una vez leí una anécdota en un ejemplar del Reader’s Digest que contaba que una vez preguntaron a una madre de familia numerosa cómo lo hacía para repartir su amor entre todos sus hijos.
Ante esta pregunta, la madre sonrió y respondió: “No divido mi amor entre mis hijos, lo multiplico.”
Y ahí justamente reside el error del discurso reiterativo de los comunistas, socialistas, ecologistas y otros tantos buenistas.
Están convencidos de que lo justo es repartir la riqueza, cuando esto lo que provoca es todo lo contrario: más pobreza, material y mental.
Porque este reparto, además, está acompañado de complacencia, dependencia y un abandono de la creación de los medios necesarios para aumentar el nivel de vida.
Es más, unen la idea de la escasez de recursos y de que no nos merecemos vivir más allá de una absurda idea de austeridad.
Ahora, no me malinterpretes, no me he vuelto un ultracapitalista a lo Bill Gates, pero sí hay que darse cuenta de que fomentar la pobreza no es un buen sistema ni económico ni social.
En este mundo tenemos recursos, conocimiento y tecnología suficientes para explotarlos de tal forma que podamos reciclarlos, y vivir en la abundancia durante generaciones.
Éste es un hecho que la élite no quiere que sepas, y por eso se inventaron y financiaron el comunismo, el socialismo y el ecologismo: para corroer y controlar las mentes de la mayoría de la población.
Pero la realidad es justo la contraria: todos podemos ser libres y podemos vivir vidas plenas en las que desarrollemos nuestras potencialidades al máximo.
La diferencia entre hacerlo y no hacerlo está en nuestras mentes.
Nos han introducido tantos límites artificiales en nuestras mentes que nos han hecho acostumbrarnos a confundir lo posible como imposible.
Comencemos pues a desprogramarnos y a actuar en sentido contrario: la riqueza no se divide, se multiplica.